CUENTOS ZEN 4
Jingaro sentado confortablemente delante de la chimenea se encontraba rodeado por sus juveniles nietos. Había servido en el Ejército del Emperador por largos 20 años recibiendo los más altos honores por sus meritorios servicios en los campos de batalla. Comenzó como simple soldado hasta convertirse en sabio y respetado consejero no sólo en asuntos militares sino de alta política.
Ahora,
cargado de medallas y de años, pasaba las horas recordando su vida y
experiencias para sus traviesos nietos, los cuales se deleitaban al escuchar las
entretenidas historias, las cuales enriquecían su cultura y conocimientos,
claro está, a menudo interrumpían a su abuelo consultándole acerca de tantas
parábolas. Como el caso, cuando uno de sus nietos exclamó... ¡Abuelo, no
puedo comprender el sentido!
-¿Qué es lo que no entiendes Hara... replicó el venerable anciano.
-¿Por qué abuelo el Samurai, confió en el otro hombre... Cómo podía saber
que era una buena persona... Es que algunas veces debemos usar otros caminos, si
queremos tener éxito en nuestras apreciaciones.. Abuelo? ¿Cómo puedes conocer
lo que no se puede ver?
El
anciano lo tomó afectuosamente, lo atrajo hacia sí y le acarició su cabeza
mientras le decía...
-Cierra tus ojos, querido hijito. -ordenó Jingaro-. Ahora dime ¿puedes verme?
-¡No, abuelo!, exclamó el niño.
-Pero tú sabes que yo estoy aquí, respondió Jingaro.
Los
niños soltaron la risa abriendo los ojos y exclamando:
-Por supuesto que lo sabíamos, nosotros te vimos antes de cerrar los ojos, además
podíamos escucharte.
-Pero aún sin verme u oírme, yo estaría aún aquí... respondió el anciano.
Los
jóvenes asintieron con la cabeza.
-Y ahora, díganme ¿de qué otro modo podían saber que yo me encuentro aquí?
El
silencio fue la respuesta. Sólo después de transcurrido un tiempo, la voz de
Hana se escuchó... "Yo creo que podría sentir que estás cerca de
nosotros, abuelo".
-¿Qué tratas de decirme...?, respondió Jingaro.
-¡Qué puedo verte aún con los ojos cerrados, abuelo!
Los
otros niños empezaron a reírse, pero el anciano con un gesto los detuvo.
-Escuchen mis hijos. Existen muchas maneras de conocer cosas sin verlas con los
ojos o escucharlas en nuestros oídos. Estas habilidades son importantes. Pero
valiosas... por ejemplo, el Alma... si ustedes se esfuerzan concentrándose
correctamente pueden llegar a desarrollar un nuevo tipo de visión. Entonces
ustedes estarán más allá de los límites de vuestros ojos y oídos.
Habían
transcurrido varios días de aquella conversación, cuando Jingaro, sentado en
su silla preferida reparaba una antigua arma; su pelo gris y cara surcada de
arrugas reflejaban los años de dura labor, y aunque pasaba los 60, el viejo
Samurai aún lucía el vigor y la energía de hombres mucho más jóvenes.. Los
quietos pensamientos del anciano fueron de improviso interrumpidos por los
gritos de su nuera y los relinchos de numerosos caballos que se acercaban.
-¡¡¿Qué
está sucediendo?, preguntó secamente el anciano... ¡Qué pasa... pero qué es
lo que ocurre?, inquiría una y otra vez. Luego, dirigiendo la vista al patio, sólo
vio oscuridad.
De
pronto su nuera, gimiendo y llorando, entró al cuarto y llena de angustia
exclamó.
-¡Abuelo... abuelo! Por favor, cuide a los niños... Monjiro y sus bandidos han
venido a robarnos, pero no sólo se llevaron el dinero, también han tomado
prisioneros a Hana y han colgado a mi esposo y se aprestan a asesinarlo... Colgándose
de las ropas del anciano, le suplicó ¡Debes tomar los niños y correr tratando
de salvar sus vidas!
Jingaro
comprendió que la huida no era el camino correcto, reacciono como había sido
entrenado años atrás. Instintivamente tomó su arma que colgaba en la pared.
Luego se dirigió al exterior. Aún en ese momento crucial, para el anciano fue
un agrado tomar nuevamente su arma (Kama-Hoz), de cuyo extremo pendía una
cadena (Kusarigama). Jingaro escuchó los lamentos de la familia de su hijo y la
terrible risa de los bandidos. El cielo estaba oscuro y caminó rápidamente al
centro del patio. De inmediato voces a su alrededor cesaron y todos dirigieron
su atención hacia el anciano que erguido los observó lentamente uno a uno.
-¡¡¡Viejo -exclamó en forma burlona uno de los bandidos-. ¿Qué crees tú
que puedes hacer con esa arma? Los ancianos no pueden combatir y ni siquiera
puedes ver de noche... esa arma que traes necesita ser usada por un guerrero
diestro, no por un anciano decrépito.
Jingaro,
sin perder la calma, murmuró. "Tomen lo que desean y dejad mi familia en
paz. Si Uds. rehúsan hacerlo tendré que matarlos". Dos de los hombres se
acercaron ondeando sus espadas sobre la solitaria figura, pero cuando se
encontraban a una distancia adecuada, Jingaro atacó con su Kusarigama y en
forma simultánea golpeó a uno de ellos en el cuello con la cadena y al otro
hirió mortalmente con la hoja afilada de su Kama (Hoz). Los dos hombres cayeron
heridos de muerte y nuevamente la voz del jefe de los bandidos se escuchó:
"Así que eres un verdadero guerrero. Lamentablemente para tí está
demasiado oscuro y nos hubieras dado muchos problemas de haber contado con la
claridad necesaria. Quedamos cuatro hombres, y todos tenemos excelente vista.
Prepárate a morir anciano."
Jingaro
no replicó y se preparó para el siguiente ataque, escuchando cuidadosamente
los movimientos de sus enemigos. Rápidamente tres de ellos tomaron posiciones
rodeándole, él respondió haciendo girar su cadena; en pocos segundos el
extremo de la cadena se había convertido en un peligroso proyectil que giraba a
una velocidad increíble. Jingaro haciendo un movimiento con su brazo hizo que
la cadena alcanzara a su adversario más próximo, al cual destrozó la cara,
luego saltando al costado, el veterano combatiente enrolló la cadena alrededor
de la espada de uno de los bandidos y haciéndole perder el equilibrio lo atrajo
hacia él, matándole con la afilada hoja de su Kama. Antes que pudiese retomar
su Kusarigama, el tercer asesino asestó un terrible golpe con su espada en la
espalda del anciano Jingaro, sintiendo que el frío acero invadía su cuerpo,
recorrió a sus muchos años de Yoroikumi-Uchi y volviéndose rápidamente con
un poderoso movimiento envolvente, con sus piernas derribó a su sorprendido
adversario para después, con veloz movimiento de su corta espada, terminar la técnica
abriendo el cuello a su enemigo. Jingaro cubierto de sangre y mortalmente
herido, enfrentó al líder de los bandidos Monjiro, el cual expresó: "Has
llegado al final del camino, anciano guerrero". Luego montando su caballo
cargó contra el anciano, el cual lo esperaba con su ensangrentada Kusarigama.
Monjiro a medida que se acercaba blandía furiosamente su espada, pero Jingaro
presintiendo el ataque, saltaba en el último instante, evitando así los
terrible golpes; el caballo volví una y otra vez, pero el anciano, el cual
llegando casi al límite de sus fuerzas, dobló sus rodillas en el suelo
esperando el último y decisivo ataque.
Al
verlo arrodillado el bandido se acercó y levantando su espada se aprontó a
descargar el último y mortal golpe. Jingaro decidido a salvar su familia y su
honor de Samurai, reuniendo sus últimas energías se levantó lentamente del
suelo mientras escuchaba el galope del caballo que se acercaba y en el momento
apropiado evitó el ataque de la espada del bandido; luego con su cadena alcanzó
el brazo del atacante derribándole del corcel y finalmente con un golpe con la
empuñadura de madera de su arma eliminó al último de sus enemigos.
Jingaro
permaneció parado por breves instantes saboreando su más importante triunfo en
su larga y brillante carrera de guerrero. Su hijo, nuera y nietos que se habían
liberado de sus ataduras, lo alcanzaron en el preciso instante que se desplomaba
al suelo. Jingaro trató de ver el cielo pero solamente vio tinieblas; los
nietos lloraban desconsoladamente, pero el anciano sonriendo, expresó: "Niños,
por favor, recuerden lo que les he dicho, deben de tratar de ver más allá de
sus ojos, cierren los ojos y escuchen mi corazón".
La
figura vestida de negro trepó gradualmente por encima del muro que rodeaba el
jardín tranquilo y se dejó caer sin ruido al suelo. Apretó la espalda contra
el muro ensombrado y se quedó inmóvil mientras esperaba que sus ojos se
acostumbraran a la oscuridad. Miró al cielo y dio las gracias a los dioses por
haber mandado unas nubes negras para cubrir a la luna.
Mientras
su ojos no pudiesen ayudarle, forzó a sus oídos para detectar cualquier sonido
de peligro y olfateo el aire para los olores humanos. Satisfecho que los
guardias no le habían visto ni oído, se desplazo cuidadosamente a lo largo de
la pared, sus sandalias forradas amortiguaron el sonido de sus pasos. Se agarró
con una mano a la espada corta, colgada de su espalda, para prevenir que chocara
contra las piedras salientes.
A
la medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, pudo detectar la silueta
de la construcción de madera y tejas de barro que era el palacio del señor de
la guerra Nakamura. Había entrado al jardín en su punto más próximo a la
casa, pero todavía le faltaba una gran distancia para llegar al lecho del señor
Nakamura.
Acercarse
a la casa no sería fácil. Aunque estaba escondido en la oscuridad, él sabía
que había un estanque grande, salpicado de islitas pequeñas, que debía ser
cruzado. El puente estrecho estaría
guardado y sería un obstáculo formidable. Y aunque habría árboles
alrededor de la ruta que tomara que pudieran seguirle para esconderse, estaría
en campo abierto durante la mayor parte de la distancia y podría ser visto si
la luna saliera de las nubes.
Escucho
los sonidos de los grillos y respiró profundamente el olor dulce de los
crisantemos en
flor mientras sacaba el alambre delgado y largo del fajín alrededor de su
cintura. Mataría esta noche. Mataría más que una vez en este escenario que
parecía más apropiado para la contemplación de la vida y la belleza. Se
envolvió las extremidades del alambre alrededor de los guantes que cubrían sus
manos, se agachó muy bajo y empezó a moverse hacia el palacio.
El
señor Nakamura deslizó el panel de la pared de su lecho y miró hacía el jardín
oscuro. Ël, también escucho a los grillos y respiró el mismo perfume fuerte
de los crisantemos, pero estaba demasiado absorbido con sus propios pensamientos
para ser afectado por el sonido y olor agradable.
Se vistió
un kimono sencillo blanco que colgó sueltamente sobre su figura macilenta. Su
pelo, tan oscuro como la noche, estaba desatado y llegó pasado sus hombros. Sus
ojos eran fríos, sus labios delgados y crueles. Su cara era el espejo de sus
muchos años como un señor de la guerra. No se reflejaba allí ningún signo de
piedad ni compasión.
“Está
allí fuera, ¿verdad?” – dijo como si fuera pensando el voz alta.
“Me
está mirando en este mismo momento.”
Su
samurai más confiado se acercó hacia su señor, manteniéndose cerca de la
pared para no ser visto por alguien desde el jardín.
“Es
la hora que acordamos, “ –susurró. “Él ha sido bien pagado. Estoy seguro
que está allí ya.”
Nakamura
cerró el panel y entró de nuevo en la habitación.
“¿No
hay ninguna posibilidad que los guardias sepan que viene?, no le deben parar
antes de alcanzar esta habitación.”
“Solamente
usted y yo sabemos del arreglo, “ – le aseguró el samurai. “Los guardias
fuera de su habitación han sido informados que usted había tenido una visión
de la muerte y que deben estar aún más alertas. Dentro de poco les llamaré
aquí dentro de su habitación y les ordenaré a quedarse conmigo a su lado a lo
largo de la noche. También ordenaré que uno de ellos ocupe su cama. No
dejaremos nada a la suerte. En lo referido a los guardias del jardín, no les
han dicho nada.”
Nakamura
indicó su entendimiento con la cabeza mientras se sentaba enfrente del taburete
pequeño de vestir cerca de su cama.
“Me
ha servido usted bien.” –dijo sin mirar hacia arriba. “Ahora dígame, ¿quién
es este ninja que usted ha alquilado para matarme?”.
“Su
nombre es Tahishi” –dijo el samurai. “Es de Iga y ha hecho muchas hazañas
notables. Era él quien penetró el Kogushu del Palacio Imperial y trajo
noticias de los planes del Regente Nobunaga por medio de escuchar inadvertido la
reunión que mantuvo con sus señores de la guerra.
“Ha
matado muchas veces y ha servido a muchos señores de la guerra. Hasta el propio
Nobunaga le ha empleado.“
“Entonces
ha elegido usted bien al hombre correcto,” –dijo Nakamura. “Es bueno que
Nobunaga le reconozca cuando enseñemos su cuerpo y los samurais que ha matado
en su intento de asesinato. Nobunaga nunca creería que tan meritorio ninja era
parte de un complot diseñado por mi. Tal evidencia le convencerá al Regente
que tengo peticiones justas contra el señor Nagamasa. Creerá que Nagamasa mandó
a Tahishi a matarme y no se interpondrá en mi camino cuando busque la venganza.
Dentro de poco controlaré las tierras y riquezas de Nagamasa y estaré el
segundo a Nobunaga en el poder. Y tal vez, algún día, mi poder podría exceder
al del Regente.
“Solamente
siento tristeza,” –añadió Nakamura sarcásticamente, “porque no podré
premiar a este meritorio ninja por el gran servicio que me hace al intentar
asesinarme.”
Tahishi
alcanzó el primer guardia antes que pudiera dar la alarma. La gaza de alambre
fina se pasaba por encima de su cabeza y, tirando fuertemente alrededor del
cuello, atravesó fácilmente su carne y casi cegó la cabeza del tronco. Una
mirada de sorpresa se congeló en la cara del guerrero mientras el ninja le bajó
lenta y sigilosamente al suelo. La tranquilidad el hermoso jardín apenas había
sido perturbado.
Tahishi
retiró el alambre y lo puso alrededor de su cintura debajo de su obi (fajín).
No prestó ninguna atención al samurai joven y muerto, cuya sangre filtró de la
herida fina y empapó la tierra. Esta muerte ya era del pasado. Nunca más debería
ser considerado. Ahora él debía ocuparse solamente del próximo obstáculo.
El
segundo guardia estaba más alerta. Estaba situado cerca del puente que cruzaba
el estanque, su cabeza moviéndose lentamente de un lado para otro a la medida
que escudriñaba el jardín, su mano derecha posaba encima de la empuñadura de
su espada larga. Era un hombre grande con hombros fuertes y anchos. Será un
oponente formidable, pensó Tahishi, uno que a lo mejor no podría vencer en un
combate libre. La astucia, no la fuerza, sería necesaria para conquistar a este
hombre.
Escondiéndose
detrás de los cipreses, Tahishi podía acercarse hasta unos diez metros del
guardia. El estanque prevenía que el ninja pudiera rodearle. Y no podía
acercarse de frente sin ser visto. Habrá que desviar su atención y luego
cruzar estos últimos diez metros antes de que pueda recuperarse el samurai.
Rápida
y silenciosamente el ninja se desnudó. Eligió de su arsenal dos shaken y una
navaja afilada, que colocó en sus dientes. Se preparó contra el árbol que le
escondía, apuntó cuidadosamente y envió el primer shaken silbando hasta el
poste del puente, cerca de la cabeza del samurai. Asustado, el guardia giró
hacia la dirección del ruido, presentando así la parte trasera de su cabeza a
Tahishi.
Un
instante después, el segundo shaken salió de la mano del ninja... y logró su
objetivo, el área blanda del cuello a la base del cráneo del samurai.
Tahishi
empezó a correr al momento que la estrella puntiaguda estaba en el aire. El
ninja sabía que los shaken no mataban. El choque inicial pasará rápidamente y
el samurai podría recuperarse suficientemente para pedir socorro. Debe ser
detenido silenciosamente y de prisa. El grito no debe salir de su garganta.
Tahishi
se dirigió rápidamente a través del claro y saltó encima de la espada
samurai, una mano cercando su cabeza para tapar la boca, mientras la otra mano
llevo la navaja afilada al cuello. El cuerpo del samuirai se estremeció
violentamente a la medida que su vida surgió de la herida. Sus brazos se
sacudieron frenéticamente mientras intentó librase del ogro invisible de su
espalda, pero Tahishi aguantó con toda su energía, manteniendo tapada
la boca del samurai mientras su fuerza disminuía para que el único ruido que
escapara de su cuerpo fuera el gorgoteo grave y suave de la muerte.
Tahishi
se cayó agotado al lado del cuerpo de su segunda víctima. Sintió unas
dolencias agudas en su pecho y hombros y se dio cuenta que también tenía
heridas. El shaken clavado en el cuello del samurai había hecho unos cortes
profundos en su cuerpo durante la lucha.
Bañó sus heridas en el agua fresca del estanque y aplicó unas hierbas curativas que llevaba consigo antes de vestirse. Ahora deseaba que su misión hubiera terminado. Le hubiera gustado dejarlo ya, pero había hecho su juramento y le habían pagado bien.
Cruzando
el puente, Tahishi atravesó la distancia hasta el palacio muy velozmente y sin
interferencias. El lecho de Nakamura era fácil de localizar. Le había
informado con exactitud el samurai le pagó pos sus servicios.
Se
arrastró cerca de la delgado pared y se tumbó postrado durante mucho rato,
escuchando con sus oídos entrenados para los ruidos que emanaban de la habitación.
Cuando niño, había pasado muchos meses retirado en los bosques y había
desarrollado un sentido tan agudo de audiencia que podía escuchar con facilidad
el ruido de una hoja cayéndose o de un pequeño insecto gateando sobre una hoja
de hierva.
Mientras
escuchaba, oyó la respiración rápida que alguien a la izquierda de la entrada
del jardín al lecho. Era demasiado acelerada para ser alguien que dormía. De
la derecha oyó el ruido del cambio de postura. Había más de una persona en la
habitación. Había otros ruidos, más tenues, desde otras partes del lecho.
Eran tres, cuatro, no, cinco personas en la habitación. Todas despiertas. Todas
alertas. Todas esperándoles. Era una trampa.
El
número de oponentes nunca le había importado a Tahishi. Se había enfrentado y
vencido a mayores ventajas en sus comisiones en el pasado. Pero había estado
preparado en aquellas ocasiones. Esta situación nueva le cogió totalmente por
sorpresa. No había esperado la traición. Y ahora su mente corría para
encontrar la forma de completar su misión con éxito y vivir.
Estarán
descalzos, se dijo a sí mismo, para moverse silenciosamente. Y si hay alguien
ocupando la cama en la habitación, no será Nakamura. No se arriesgaría tanto,
aún con cuatro hombres para protegerle. Por supuesto Nakamura estaría allí
para atestiguar mi muerte, pero buscará su refugio en el rincón de la habitación
más alejado de la entrada y la cama, y tendrá, muy probablemente, su samurai más
fiel a su lado para defenderle en el supuesto que algo falle en su plan.
Entonces
serán tres los que habrá que considerar: uno en la cama y uno a cada lado de
la entrada al jardín. El de la cama se quedará allí para llamarme la atención
cuando entre en la habitación. Entonces el ataque vendrá desde los dos de la
puerta. Tendré que eliminarles primero. Luego tendré que deshacerme del de la
cama antes que pueda ponerse de pie. El samurai que custodia al Nakamura será
el próximo y por último eliminaré al gran Señor.
Desde
la gran bolsa de tela que colgaba de su hombro, Tahishi retiró diez idagama,
pelotas redondas con muchos puntos afilados, cada uno tratado con un veneno
mortal. Los colocó en un diseño en el suelo delante de la entrada.
Silenciosamente
y cuidadosamente, se subió arriba, debajo de los aleros del techo bajo que cubría
el portal. De la chaqueta de su gi, sacó una cerbatana de junco, corta y
delgada, e insertó un dardo venenoso en un extremo. Colocando la cerbatana en
su boca y agarrándola con los dientes, luego sacó su espada corta de la vaina
atada sobre su espalda. Había una cosa más que hacer antes de entrar en acción.
Puso su navaja en la manga derecha para que cayera en su mano al sacudir su muñeca.
Ahora
estaba listo.
Enganchando
sus piernas alrededor de una viga de cedro en los aleros, bajaba hasta que
colgaba con su cabeza hacía el suelo y que pudiera alcanzar el panel de la
entrada, 30 cm. por encima de ellos. Asiéndolo con fuerza, dejó escapar entres
sus dientes cerrados, un grito horripilante y arrancó la puerta abierta.
Se
levantó presurosamente mientras los dos samuráis que guardaban la entrada, se
precipitaron al jardín para encontrar al intruso. Lo único que encontraron
fueron las mortalmente envenenadas idagamas que cortaron sus pies indefensos.
Mientras gritaban en su agonía. Tahishi se basculaba hacia abajo hasta la
puerta abierta, colgándose como un mono por su rabo, sus agudos ojos
encontraron la cama y el sorprendido samurai dentro, apoyándose en su codo.
Agarró la cerbatana entres sus dientes, apuntó rápida pero cuidadosamente y
envió un dardo venenoso al ojo abierto del guerrero.
Adentrándose
en la sala, con su espada en la mano izquierda, Tahishi rodó a través del
suelo, sacudiendo su muñeca para poder coger el punto de la hoja de su navaja
entre los dos primeros dedos y el pulgar de su mano derecha.
Sus
ojos agudos pronto localizaron al señor Nakamura en el rincón más alejado de
la habitación, agachándose tras el samurai restante. El brazo derecho de
Tahishi cortó el aire y su navaja se enardezó de un lado a otro de la habitación
y se hundió en el pecho ancho del guardia.
Terminó
la acción en segundos. Cuatro hombres muriéndose o ya muertos, y Nakamura
impotente y a su merced.
Tahishi
cruzó la sala velozmente, su espada corta alzada para matar. Nakamura se apretó
al rincón, buscando un refugio que no existía, sus ojos dilatados por el
miedo.
“No puede matarme,” -chilló. “Usted está a mi servicio. Fui yo quien le pagó. Le ordeno que baje su espada.”
Tahishi sonrió mientras indicó con la cabeza al samurai muerto tumbado a los pies de Nakamura.
“Su sirviente me pagó bien, y, de acuerdo, estoy a su servicio. Acepto su cambio demente y no le mataré, tal y como me ha ordenado, para que pueda, de buena fe, retener sus honorarios por mis servicios.“
“Sin embargo.” –continuó Tahishi mientras bajó la espada encima de la cabeza y defensa del señor de la guerra, “también el señor Nagamasa me ha pagado bien, y sus ordenes son que usted debe morir.“